No podía dormir la Pedriza

No se podía dormir la Pedriza, ahogada en un estío seco y pegajoso. Los destellos ocres y radiantes que encendían sus rocas en los atardeceres primaverales, se habían convertido en pálidos reflejos amarillentos, lisos y un poco anodinos… Tarde se levantó la primera brisa vespertina. Pronto se marchó y volvió la calma. Los canchales de laderas polvorientas se consolaban pensando que por lo menos se había esfumado la calima de la semana pasada.

Pinchaba la noche, mientras dos solitarios montañeros recorrían la garganta de la Camorza. Pinchaba el sendero que trepa por la ladera del Collado Cabrón cuando los montañeros alcanzaban esa roca majestuosa que llamamos el Cáliz. A través de las agostadas gramíneas se veía Madrid, las ciudades nunca duermen, envuelta en su festival de luces y neones. Casi se podía escuchar el rumor sordo de sus amplias avenidas en la calma chicha de la noche. Escondido entre pinos ululaba el cárabo arrullado por las aguas del Manzanares que discurre unos metros más abajo.

Después de una hora de suave caminata me senté sobre una laja de granito que todavía no había terminado de sacudirse el calor de la jornada y miré a Madrid. Me imaginé a los grupos de amigos que bajarían por Lavapiés en animada algarabía. La desesperación del adolescente esperando, demasiado tarde, el autobús que no llega. La salida de la última sesión de los Princesa. La Gran Vía y tres turistas perdidos en un mapa. Un sin techo cantando entre dientes por la calle Segovia. Miré a mi Madrid esperando que me asaltara la nostalgia.

Y no llegó.

Me puse en pie, extendí la mano y coloqué en su sitio a Marte. Me sentí un poco “Principito”. Se calló el cárabo.

Volví a mirar a Madrid… sonaría música en directo en un garito escondido de Malasaña, una pareja contemplando la Casa de Campo desde el mirador de Rosales, las pocas estrellas que sobreviven en su cielo se refrescaban en las aguas del Templo de Debot. Y la nostalgia que sigue sin llegar.

No se, quizás sea la única que duerme en esta noche de agosto pedricero, de estío seco y pegajoso.

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