Conozco un balcón con vistas a un mundo mágico de jaras, cantuesos y rocas, desde el que puedes hablar con la Luna. Allí subí la otra noche, a celebrar el solsticio, porque en la vida hay que celebrarlo todo. Me asomé al abismo y abrí bien los oídos; unos metros más abajo, el Arroyo del Recuenco tarareaba una nana mecido por las rocas, en algún rincón de la dehesa debía andar el autillo, que se vuelve perezoso en verano y toca la flauta muy de vez en cuando y a lo lejos, más nítido y constante, se escuchaba traquetear a un chotacabras algo necesitado de cariño. El calor del día se iba despegando poco a poco de las rocas, empujado por una suave brisa que levantaba minúsculos granos de polvo y polen envolviendo la noche en una atmósfera especial. Y en aquel balcón, solo, en medio de la noche, miré a los ojos a la Luna y pensé: “¡Eres mía!”. Júpiter estaba a su lado y me miraba celoso, pero Ella, ajena a mis pensamientos, siguió iluminando la escena con esa luz característica que refleja cuando está en fase creciente, y coloreó el recuenco de una original selección de tonos fríos y cálidos. Cuando se fueron a dormir el autillo, el chotacabras, la Luna, Júpiter y hasta el Arroyo, la oscuridad se extendió sobre la Pedriza y se hizo dueña del firmamento la Vía Láctea. Yo seguía allí, embelesado entre las sombras, dando vueltas a una idea: Si tienes la Luna no necesitas nada más. Feliz semana y feliz verano, amig@s de la Sierra de Guadarrama.
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