De ladrones y nubes

Disfrazadas de rocío, como cada mañana, jaras y cantuesos esperaban pacientes la llegada del ladrón. Un tibio rayo de Sol, que les arrebatará el vestido y se lo regalará, coqueto y galán, a cualquier nubecilla de las que salpican el cielo del Guadarrama.
Disfrazadas de rocío esperaban… una fresca mañana de Domingo, de primavera rezongante y de Junio.

A las 6:15, empieza a clarear sobre las aguas del Cortecero y el Recuenco se ilumina con el suave rumor de unas pisadas. La tierra está húmeda y apenas cruje bajo los pies del Caminante que atraviesa matorrales y herbazales empapándose de miel y de ládano. La Luna menguante y las últimas estrellas miran con asombro al improvisado ladrón que desafía insolente la tiranía del astro rey.
Y justo cuando el “ratero” corona el pequeño cordal que divide las aguas de los dos arroyos, la frágil línea del horizonte se rompe atravesada por un intenso haz de luz cálida y anaranjada. El finísimo velo de nubes blancas que cubre las faldas del Cerro de San Pedro se queda sin regalo.
A lo lejos, un montañero con los ojos entornados contempla cara a cara al Sol y destila aromas silvestres, luego se inventa senderos que trepan por ocultos rincones pedriceros hasta la Gran Cañada. Un montañero que al final, arrepentido, le regala a las nubes del Guadarrama sus vapores, esos que huelen a libertad y que reparan el alma.

 

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