El último montañero en abandonar La Maliciosa el jueves por la tarde se dejó la puerta abierta. Un viento helador, recio y seco, resbalaba por las laderas de la Maledetta madrileña azotándonos sin piedad el careto. Abandonamos el pequeño abrigo del bosque y nos encaramamos a la cuerda de Los Porrones para ver otro atardecer. Único. Como todos. Luego, mientras trochábamos hacia el Collado de Los Pastores, la noche se cerró sobre La Pedri. Una noche oscura, de Luna tardía, de inventarse senderos junto a un Manzanares que no vemos pero escuchamos vivo, lleno de deshielo y primavera. Subimos un rato hacia el Ventisquero de la Condesa buscando un buen sitio para dar cuenta del bocata y hacer alguna foto que capte la esencia del momento. Pero el viento arrecia y decidimos dar la vuelta y bajar por la senda de Los Chorros. Y allí, con Madrid bajo nuestros pies y los chorros a nuestra espalda compartimos bocata y charleta. La cámara capta el instante durante 15 cortos minutos a f/2,8 e ISO 100.
Puedo ver cómo las estrellas lloran sobre el Manzanares, quizás se acuerdan de ti, y de tantos otros montañeros que un día se asomaban a esos chorros salpicados de felicidad. Una felicidad que recuperarían si volvieran a sentir el frío roce de la jara sobre el dorso de la mano en noches de Luna perezosa. Porque esta vez Sabina se equivocaba al cantar aquello de que “al lugar donde has sido feliz… no debieras tratar de volver”. Son las dos de la mañana y Canto Cochino duerme, por detrás de La Camorza al fin asoma la Luna y lleva escrita una palabra que te suplica a gritos:
¡¡Vuelve!!
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