Los que tenemos niños pequeños valoramos especialmente ese espacio de tiempo que comienza hacia las nueve y media de la noche. Llamé a un amigo y dimos una vuelta por el “jardín de casa”. La Pedri nos recibió con el chucheo de un búho real y el rumor de fondo de los que regresaban en coche de Madrid. Cuatro cabras más tarde regresamos, esta vez no pudimos robar ninguna estrella, el último pilancón superviviente de este insoportable estío, agostado y sediento, se las había bebido todas.
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