Son las 6:45 de la mañana y sopla una “suave brisa” en el, todavía vacío, parking del puerto de Navacerrada. Nieva sin ganas, lo suficiente para tapar el asfalto. El termómetro marca -5,7ºC.
Estamos terminando de preparar la mochila cuando, a nuestro lado, se detiene un coche con cinco chicos jóvenes. Uno de ellos baja la ventanilla y nos pregunta:
— Perdonad, ¿las pistas de esquí?
Mi amigo y yo nos miramos pelín sorprendidos, aunque sabemos que en el Guadarrama todo es posible.
— ¿Dónde vais a Navacerrada o a Valdesquí?
Breve referendum dentro del coche, parece que no tienen muy claro dónde van, pero después de buscar algo en el móvil terminan diciendo que a Navacerrada.
— Entonces podéis aparcar aquí, las taquillas están al principio del parking.
Nos dan las gracias y mientras nos alejamos uno de ellos desde el asiento de atrás pregunta:
— Y vosotros qué… ¿a hacer senderismo o algo de eso?
Sopla una racha algo más fuerte de viento mientras asentimos desde lo profundo del Goretex, porque decirles que íbamos a sumergirnos en la oscuridad del bosque en busca de la limpia y noble belleza de la nieve virgen, igual quedaba un poco largo.
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