Fue un jueves de la semana pasada a las 10:30 de la noche. Son tres lucecitas que se sumergen en el camino que sube a Peñalara. Y que al filo de la media noche se asoman a la pequeña inmensidad de ese circo glaciar milenario.
De ese cielo con fiesta de estrellas donde la Luna no estaba invitada.
De esa aurora que nos inventamos para que no faltara de nada.
Y por encima de cielos, estrellas y auroras, cuando llegamos al coche a la una, se escuchaban en el parking de Cotos las risas que celebran que sigue viva una legendaria amistad.
El viernes se madrugó mucho.
Como siempre.
Como nunca.
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