Al filo de la medianoche se durmió la luna arropada por miles de estrellas. Un frío helador trepaba por las lajas de granito de la Pedri que, en la quietud de la noche, recordaba con nostalgia su juventud. Y se vio de nuevo magma, fuego, roca incandescente. Y se vio dúctil, maleable, invencible… Y por un instante se miró, y se vio vieja, seca, rota… y se puso triste.
Tuvo que ser un soplo de viento que bajaba desde Colina Hueca quien se lo recordó:
“De joven eras inútil, ¿lo has olvidado?, ningún escalador te acariciaba las grietas ni dormía en tus vivacs, vivías enterrada por toneladas de rocas en la oscuridad litosférica más absoluta, no eras refugio de aves y pastores. ¿Acaso has olvidado todo lo que ves cada día? Jóvenes y viejos que maldicen tus jaras pero no pueden vivir sin ellas, tu olor a miel después de cada tormenta, los pasos cansados de los que un día saltaron por tus rocas y los primeros pasos de los que un buen día lo harán.”
Dicen que la Pedri sonrió desganada.
Y entonces, al filo de la medianoche, dos amigos se acercaron a ella, hablaron mucho y caminaron poco. Hasta que aquel soplo de viento les susurró: “Jugad un poquito con ella, seguro que le hace ilusión sentirse joven e inútil.”
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