Sucedió esta madrugada.
Seguíamos las huellas que había dejado un zorro sobre la nieve, iban desde La Barranca, siguiendo la senda Ortiz, hasta el mirador de Las Canchas. El pobre animal debía volver de fiesta, numerosas “eses” y restos de orín en cada arbolillo le delataban.
Pero sabía dónde iba.
Nosotros lo supimos también al llegar arriba.
¡Y flipamos!
A veces el amanecer te envuelve,
te acaricia.
Como el fuego de una tarde,
de invierno,
de salón,
de chimenea.
Allí estábamos nosotros dos y el zorro, ebrios de luz y de color. Embriagados de Guadarrama.
Invitó el zorro… “Nadie paga en mi casa”, le escuchamos decir mientras se perdía su rastro en el bosque.
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